42 meses...
Foto de Cancún x Mariano 2013 |
Hace unos días llamé a
una amiga -hermana de la vida [no tengo
hermanos sanguíneos] para preguntarle un dato sobre un autor a ver si lo
conocía.
Después de que me dijo que no, me preguntó cómo estaba yo…
Y, por supuesto, le dije la verdad… para eso es mi amiga de hace medio siglo…
O sea que le dije que «estoy muy… muy mal,
que no puedo superar lo de Mariano y que
no creo que lo pueda hacer… que no me sentía desolada y sola y que no le veía
sentido a nada…» Y más con esta pandemia.
Entonces empezó a decirme
que yo no era la única que estaba sola ni la única a la que le había pasado
eso, que había gente que había pasado por cosas peores… que ella también
«estaba sola»… etc.
Le contesté que ella
tenía hijos, nueras, nietos, hermana, cuñado… que no era lo mismo.
X supuesto tenía que
venir lo que es de rigor en estas situaciones, si estaba medicada, si iba a un
terapeuta, etc.
Después de aclara que sí,
que estaba medicada, que había ido a psicólogos y -con disculpas de muchos de ellos que incluso
tengo de amigos- no los soportaba
mirando el reloj para terminar la sesión y terminar diciéndome: «Ya va a pasar
con el tiempo… Tenés que levantar tu
autoestima…» Y ahí decidí cortar.
Después le mandé un
mensaje de voz para disculparme, pero recibí otra vez una arenga a la que
respondía con mis explicaciones, aunque pensaba que las iba a entender porque
terminó diciéndome en otro audio más o menos lo mismo que me decían esos
«terapeutas»: que tenía que poner «más pelotas, que tengo mucho para dar, que
tengo que quererme más…»
Hay algo que tal vez no
se entiende… y es que, cuando uno pierde un hijo en cinco días por un mal
terrible, aunque no tenga nada que ver con las razones de ese mal, lo que
experimenta es un dolor intenso, inaguantable que llega hasta hacerlo sentir a
uno con culpas que no son reales… que uno
-por más activo y creativo y emprendedor que sea- de golpe empieza a mirar atrás… y más cuando
es un hijo único…
Hay, por momentos, un
bloqueo tal que, por ejemplo, alguien tan lectora como yo, en estos tres años
largos de ausencia, sólo pude volver a leer un libro entero Cuando muere el hijo de Abel Posse -de quien leí casi toda su
obra y a quien considero uno de los mejores escritores vivos-. Libro que yo ya
había leído por primera vez cuando salió en 2009 y entonces le había mandado
una tarjeta a Posse en donde le expresaba
mi admiración por haber hecho esa «belleza
de tanto dolor y que ojalá yo nunca tuviera que escribir sobre eso».
Dice Ruth Coughlin:
«Nadie
puede explicarnos el dolor, su ilimitado alcance ni sus profundidades
enigmáticas. Nadie nos puede descubrir el vacío que deja en el mismo centro de
nuestro ser, un vacío que nada lo llena.»
Desde afuera es muy difícil percibir
esa intensidad de dolor…
A veces camino dos cuadras… voy a
comprar algo… y, de pronto, una bicicleta… un muchacho rubio castaño de ojos
claros… o con una gorra con visera… o una camiseta o una mochila de River… o un
Pitbull… u otro perrito, animalito, pajarito, planta… Y ahí me desbloqueo…
Tengo que ponerme los lentes negros para que no me vean llorar sobre el barbijo
o tango que sacármelos porque ya no soporto más el llanto y buscar un pañuelo
para secarme lágrimas… y lágrimas…
Y me doy cuenta de que desde afuera,
los demás me observan como una marciana… o tal vez alguno se atreve a
preguntarme si me pasó algo, pensando sobre todo en un caso de inseguridad…
Y a veces no sé manifestarlas: me
aniquilan, me quitan la voluntad…
Y como soy una irreverente… una
rebelde… una heterodoxa… a menudo me encuentro maldiciendo al supuesto poder
supremo y reprochando y a veces, al ver una estrella en nuestro patio,
agradezco a esa estrella que sos vos.
Y me envuelve el desconcierto, las contradicciones, las incertidumbres….
Todo es un desconcierto sin sentido…
Y la única certidumbre que tengo es que tal vez estés en esa estrella esperándome… y tal vez no….
Y ahí no me queda más
que el llanto… las lágrimas… el desconsuelo
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