41 años de nuestra llegada a amsterdam
A
todo lo que los Países Bajos nos brindaron:
sobrevivir,
estudiar, enseñar, escribir, publicar,
querer
gente, conocer otros mundos…
a
nuestros amigos de allá y de acá,
simplemente,
gracias..
A
Mariano…
41 años es mucho… Y mucho más cuando no tengo a mi lado a mi
compañerito de viaje…
Con
Mariano ya habíamos incursionado varios exilios…
Idas
y vueltas…
Era
una forma de mantenernos y mantenerlo con vida…
En
junio de 1976 me llamó el Gerente de la entonces tradicional marroquinería Pisk -al
lado del Círculo Militar-, que era el
yerno del dueño para decirme que mi amiga Cristina Onís que era empleada allí
había faltado. Yo la había llamado a la mañana temprano para combinar cómo
prestarle un tapado hermoso que tenía de lo que ya entonces era piel sintética
porque ella iba a llevar a su madre al teatro.
El
Gerente no sólo me dijo que había faltado sino que había sido secuestrada, que
habían encerrado a sus padres en un baño y que se habían robado todo, hasta el
calefón y el teléfono. Me recomendó que me fuera, que dejara el laburo. Yo, que
había trabajado tres meses allí, pero terminé yéndome porque no me daban la
misma comisión que a las otras vendedoras, subí a la oficina del dueño de Gucci en donde estaba trabajando en la
calle Libertad y Arenales y renuncié de inmediato.
Ésa
fue nuestra primera huída junto con Mariano.
Con
mi abuela Ana fuimos al departamento que tenía mi madre con sus hermanos en Mar
del Plata en la Avenida Colón y allí tratamos de refugiarnos, a esperar que
pasara la tormenta. Pero la tormenta no pasaba. Allí me enteré de la muerte de
Paco Urondo. Y volvimos a Buenos Aires y a la casa en que vivíamos de Estomba y
la vía del Ferrocarril Bartolomé Mitre.
Al
mismo tiempo, mis tíos maternos estaban preocupados porque yo estaba ocupando
el departamento. Estaban aterrorizados y me pidieron que lo dejara. Por otra
parte, algunos amigos que antes nos bancaban, nos pedían que no pasáramos ni
por su vereda.
Mi
madre ya estaba destrozada por su operación del cáncer de mama que, en esos
tiempos, era casi imprevisible.
En septiembre de ese año, gracias al
entonces ex Presidente Dr. Arturo Frondizi y a un personaje extraordinario, una
mano derecha suya, Don Ramón Prieto, terminé yendo a Paraguay porque no tenía
forma de salir para Europa sin pasaporte. Por supuesto, también iba Mariano de
mi mano, ya con tres años.
La historia de Paraguay es una historia que
fue -hasta que yo misma tuve un cáncer- una especie de tabú siniestro del que
no son culpables ni Don Ramón ni Don Arturo. Era un ambiente que yo, porteña
nacida y criada, pensaba que era un invento de las películas yanquis. ¡Y no!
Era una sociedad medieval, autócrata y policíaca. Y eso que yo estaba en un
lugar privilegiado. A los pocos días me di cuenta de que lo que yo pensaba que
era un invento yanqui era una triste realidad. A la semana un perro mordió a
Mariano. Yo, que había sido mordida por la divina Collie de mi maestra y amiga
Mecha Alas antes de estar embarazada y me había tragado las sesenta inyecciones
en el Hospital Durand y mi amiga
había tenido que llevar cotidianamente a su perra al Pasteur para ver si estaba
rabiosa o no, pregunté adónde llevarlo. Me respondieron que no había y que era
domingo.
Era una casa con doce sirvientes y con
siete autos importados y estaban esperando otro que vendría directamente de
Alemania.
Entonces le pedí a la dueña de casa que
me pusiera un chofer a disposición y me cruzara la frontera.
Y así fue. Y así volvimos con Mariano
para Buenos Aires.
Y nos volvimos a instalar en Estomba.
Y estando allí, cuando ya pensábamos que
la tormenta estaba pasando, nos golpeó la puerta el 27 de agosto de 1977 a las 8 y media de la mañaña Doña Noemí Castagna, nuestra vecina del departamento de enfrente, para
decirnos que huyéramos, nos estaban buscando, ya le habían preguntado por
nosotros a los demás vecinos, alguien había delatado nuestro auto, una Cupé
Ford 35 recién restaurada… nos iban a matar…
Yo tenía un pasaporte que había
conseguido sacar gracias también a Arturo Frondizi y ya teníamos algunos viejos
compañeros que estaban en Río de Janeiro… Hablé con mi madre moribunda sólo por
teléfono porque si no, no me iba a ir… Y a la mañana del 28 salimos de Retiro
en ónmibus rumbo a Río, por supuesto, con Mariano...
Mariano… Lo primero que dijo en cuanto
cruzamos la frontera fue: «¡Prohibido
está mal escrito!» Yo le había enseñado a leer y a escribir el año anterior.
Ya leía y escribía y hasta advertía las faltas de ortografía. Era Brasil: «Proibido»!
Pero en Brasil el ACNUR no nos daba
refugio como a otros…
Los de Amnesty International se ocuparon de nosotros y nos dijeron que, si
yo conseguía poner a Mariano en mi pasaporte, nos pagarían un pasaje para
Mariano y para mí a Roma que era el único lugar de Europa en donde teníamos
algunos amigos.
Habíamos tenido la inteligencia y la
precaución de, una vez que Luis salió liberado el 25 de mayo de 1973 y lo
reconoció, hacer un poder general a mi favor y al de mi madre para que nos desplazar
mover por el mundo porque en esa época la patria
potestad no era compartida.
Yo fui al Consulado Argentino con un
vestido prestado y pedí que lo pusieran en mi pasaporte porque mi padre, que
era «Gerente» de la empresa multinacional inglesa Witcel Papers & Co. se quería encontrar con nosotros en Miami para
hacer un viaje prácticamente alrededor del mundo. No sé si fui o no muy
convincente. Me dieron un turno para ver qué se decidía y, por supuesto, tenía
que ir con el nene para que le tomaran las huellas en caso de que lo aprobaran.
Suerte
que no existía la web en ese momento y suerte que, como supe mucho después, el
Embajador era el amigo de Frondizi, Dr. Oscar Héctor Camillón, que tal vez hizo
la vista gorda en muchos casos en esa época…
Nosotros
vivimos primero en Muriquí en la casa en que estaban unos compañeros que
después se mudaron -nosotros con ellos-
a un departamento de Leme en donde el único chico era Mariano.
Estos argentinos
estaban esperando que el ACNUR les asignara un país adónde enviarlos en Europa
porque Brasil no era muy seguro y les daba plata para su manutención porque ya
estaban «reconocidos».
Nosotros no
teníamos un cruzeiro partido por la mitad, de modo que no aportábamos al
alquiler del departamento. [El Dr. Carlos Escribano me había mandado doscientos
dólares y otros cien me había dado mi padre el 27 de agosto antes de la
partida.]
Cuando
íbamos para el Consulado con Mariano, que siempre fue muy temperamental, le
prometí que, si se portaba bien, si ponía todos los deditos que se los iban a
ensuciar, si no gritaba, no hablaba, no lloraba, etc. le iba a comprar una
flautita de plástico. Mariano se portó como un caballero inglés… Como un
caballero mudo. Salimos con su nombre en mi pasaporte con el que los dos nos
podríamos ir primero a Europa. Como
correspondía, le compré la flautita.
Entramos
al departamento y Mariano, feliz, tocando la flauta. Yo fui a una habitación a sacarme
el vestido prestado y cuando volví al living para devolverlo, me encontré con que
todos estaban con cara de bronca. No sabía que pasaba. Cuando quise dejar el
living me pararon, me hicieron sentar y me dijeron que me iban a hacer juicio
político porque yo «tenía plata para la
flautita y no para el alquiler!» [sic]
Les respondí
primero preguntándoles quiénes eran ellos para juzgarme ya que hablaban todo el
día de compañerismo y solidaridad si no nos podían bancar ni un mes sin pagar,
porque todo esto no duró más que un mes. Después dije que hicieran lo que
quisieran, aunque en realidad pensaba que era simplemente mala leche y envidia
porque yo me iba primero con Mariano y que nosotros no estábamos en la
situación protegida en que estaban ellos. Finalmente se empezaron a mirar entre
ellos y no saber qué decir. De ahí hasta el día que pudimos volar a Europa la
situación fue muy tensa.
Recién
muchos años después, en 1982, cuando hicimos una manifestación en Amsterdam a
favor de las Islas Malvinas, una de las
que había sido parte de ese jurado ad hoc,
que para ese entonces era madre, cuando me cruzó en la manifestación me
vino a pedir disculpas por cómo se habían portado conmigo y sobre todo con
Mariano… «No
teníamos hijos cuando estábamos en Río». [sic]
Había habido dos excepciones. Un
muchacho del que no recuerdo su nombre que jugaba y lo trataba muy bien a
Mariano y una mujer que había dejado a sus hijos, Emiliano y Sol, en Buenos
Aires, que no vivía en el departamento de Leme y un día le regaló una especie
de guitarrita a Mariano.
Y nos
fuimos a Roma. Primero vimos desde el aire las casas de Madrid porque había
escala en Barajas. Y en Fiumicino nos esperaba nuestro amigo Carlitos. De ahí,
a Morlupo que es toda otra historia en la que también muchos se hicieron los
idiotas y otros no…
Era
imposible que Luis pidiera refugio en Italia. En general sólo recibían gente de
los partidos que también tenían sede en Italia como socialistas y comunistas. Los
pocos compañeros que había eran funcionarios de las organizaciones con una
especie de rango superior o amigos que no podían hacer nada más que aguantarnos
y ayudarnos a averiguar cómo tenía que hacer Luis para irse de Brasil y pedir
asilo en un país europeo. Supimos que, según la convención de Genève, había que
hacerlo en el primer país en que tocase tierra. Salió de El Galeão y aterrrizó en Schiphol, el Aeropuerto
Internacional de Amsterdam, el 3 de diciembre de 1977. Ahí mismo se presentó y
pidió asilo.
El 5
salimos con Mariano de Termini y llegamos el 6 a Amsterdam Centraal Station. Los dos de la mano, botas y valija
tomadas prestadas, viendo la nieve juntos por primera vez al pasar por Bologna.
Ahí fuimos los tres unos días al refugio
de Putten en el Bosrand.
Y después fuimos al Hotel Cok de Amsterdam y despues el Hotel De Wilde.
Mariano venía con un ganglio inflamado
desde Italia. Pocos días antes de Nochebuena lo internaron en el Andreas Ziekenhuis. Era el problema de
sus oídos. No nos dejaban quedarnos de noche y un día llegamos y nos dijo: «¡Ya sabía que venían!»
¿Cómo
sabías? preguntamos. Y nos
mostró un texto en neerlandés: «Mamma
komt zo -Tu mamá ya viene-».
Se lo había escrito y enseñado Corinne -una de las dos maestras acompañantes y
maestras de los chicos en el hospita, en este caso, dos hermanas-. Y tenía
también un dibujo hecho por Corinne: una taza y le había escrito: «Kopje koffie – Taza de café.»
Y así empezó Mariano a hablar, escribir
y leer en simultáneo el neerlandés de Amsterdam.
Así se convirtió en un amsterdamés
porteño hecho y derecho, al que todos sus amigos recuerdan y quieren.
Hoy yo me siento exiliada del mundo sin mi compañerito de viaje…
®© De Memorias impertinentes.
Extraordinario, en el verdadero sentido de la palabra, tu relato. Conmovedor, apasionante. Cómo no extrañar a tu compañerito de viaje, de tantas idas y vueltas, de tanto alejarse de los asesinos.
ResponderEliminarGracias mil & tristezas mil.Ana
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